Foto S. Hermann & F. Richter

SOBRE ETIQUETAS Y OTROS MALEFICIOS

 

Etiquetar a alguien suele atender a la desgana, a un escaso interés por conocer a fondo lo que realmente hay detrás, por empatizar. Con ello levantamos barreras y perpetuamos una imagen –cierta o falsa– que alimenta los apetitos más insanos de una sociedad cada vez más ligera de opinión, y carente de todo criterio. Solemos ser demasiado complejos como para permitir ser juzgados o autojuzgarnos con ligereza. El etiquetado, especialmente cuando es reiterado, es una suerte de ajusticiamiento social; mortifica, estigmatiza y, sobre todo, obstruye vías de sanación. Es una suerte de profecía que daña –muchas veces de manera irreversible– la autoestima, porque influye en el rendimiento y desempeño.

Somos más proclives a juzgar que a explorar. Es más práctico recurrir a la accesible etiqueta precocinada que intentar conocer a fondo lo que hay tras lo que se percibe en superficie; lo que parece. La etiqueta es resolutiva, simplificadora y, en muchos casos, lamentablemente, cruel, porque condiciona, frustra, limita e incapacita. Son juicios de valor de largo alcance que, en caso de ser interiorizados, puede cronificarse y convertirse en un pesado lastre para el crecimiento personal.

Es esencial evaluar la evolución de las personas con una nueva mirada cada día; comenzando en la casilla de salida, sin prejuicios o consideraciones previas. Ayer fuimos uno; hoy podemos ser otro. Porque hay cambio y crecimiento cuando hay deseos de crecer como persona; de convertirse en la mejor versión de uno mismo.  Para ello es preciso mudar la piel tantas veces como sea preciso y renacer tras cada nueva actualización. Y aunque éste es un proceso tan trabajoso como propio e inalienable, cuando el entorno más próximo persevera obcecado en un etiquetado que descalifica, desautoriza e inhabilita a una persona, la batalla por dejar atrás una actuación que pudo ser puntual, adquirida o incluso inconsciente, se convierte en un calvario que dificulta la superación y en muchos casos condena al más profundo de los desalientos.

La neurociencia demuestra que nuestro cerebro no es categórico y que una vulnerabilidad, una actitud, puede perfectamente ser fruto de unas condiciones determinadas de estrés. De igual modo que un proceder se genera, también puede desvanecerse cuando el entorno cambia. No todo lo que hacemos nos identifica; lo que hicimos, lo que hemos hecho, no es necesariamente la explicación de lo que somos; y tampoco de lo que podríamos llegar a ser. No debemos conceder tanto poder a nuestros errores. Identificarlos es inteligente; también lo es aceptarlos, perdonarnos y dejarlos atrás.

«Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio». Albert Einstein