ANTONIO DÍAZ GARCÍA - ESCULTURAS

Su trabajo nos habla de cargas, de esfuerzos estructurales, de puntos que conflu- yen en tensiones, de grados de elasticidad, de movimientos estructurales conse- cuencia de su propio peso, etc. Consideraciones todas que dotan a sus esculturas de una estructura dinámica, poco rígida y posible de deformar. El conocimiento de las propiedades del material, como alquimista-ingeniero de la forja, le permi- ten despojarse muchas veces de ellas, e incluso reflexionar por encima de las que le son propias como material. Una reflexión admirable y novedosa que permite contemplar su obra desde una perspectiva inusual. Un artista del hierro que lo adapta dulcemente, sin desvelar esa auténtica labor del conocimiento técnico de la fragua diaria. Es notorio que el resultado no tan solo es su obra, sino su proce- so, el hombre que existe detrás de la creación. En resumen, ese espíritu creativo tan profundo. Espíritu que le lleva a entender el arte como sublimación de su pro- pio ser. Cierta espiritualidad inherente a sus obras asoma permanentemente en su trabajo. La escultura en ocasiones nace de la tierra, se asienta en ella, pero en sus manos, se escapa de esa tierra y levita hasta el cielo con movimiento frágil. Ese modelado debido a sus manos, como si de arcilla se tratara, nos llega a hacer pensar que posiblemente su obra no se haya ejecutado en hierro. Jaume de Oleza Arquitecto É rase una vez un niño llamado Antonio que habitaba en un pueblo de Lleida, llamado Tàrrega. Allí vivía en una pequeña casa en compañía de sus padres, donde en invierno hacía mucho frío, y el viento agitaba con fuerza las contra- ventanas, haciendo clac, clac. Como cada día, acudía a la escuela, pero antes

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