LLEI D'ART 3

11 Infinidad de veces me he preguntado dónde reside la clave diferenciadora entre diferentes manifesta- ciones de lo que pretende ser una misma cosa. Contemplo dos miradas. La primera de ellas es hermosa, pero vacía. Bien podría ilustrar un anun- cio publicitario de una óptica o una determinada marca de maquillaje. La otra está llena de conte- nido, de anhelos, de aspiraciones. Me habla de esfuerzo, de ensoñación. No logro determinar los tecnicismos que justifican tamaño distanciamiento. Mi segunda mirada tiene alma, aunque el modo particular de mostrar todo ese acopio de informa- ción se encuentre perfectamente codificado. Esta enigmática compilación de factores que cul- mina en la obtención de un logro, no es exclusiva del creador, -y con esto no sólo no me importa en- cabezar un alegato en favor del amante del arte, sino que me siento en la necesidad de hacerlo-, es decir, de todo aquel que, acaudalado o no, no sacia su sed de espiritualidad más que a través de esa ligera y exquisita conexión que a veces existe entre la obra y su amante. Porque sólo de vez en cuando, hay alguien que contempla una obra de arte y ve mucho más de lo que se le muestra. Podría describirlo como uno de esos raros momentos de complicidad silenciosa donde todo lo circundante está de más y fluyen las emociones. Se ha creado el lazo. La información del precioso código ha sido desencriptada y des- cifrada a un mortal. La ocasión se viste de gala. El prodigio del arte ha vuelto a triunfar. Porque de verdad creo que el lugar donde se ocul- ta la valía de los grandes es un nexo común a mu- chos, independientemente de que sean artistas o no. Me refiero a que creo en las castas, en la profunda diferenciación individual que tanto nos distingue, a la calidad de las personas. Y aunque muchos crean entrever en mi discurso atisbos de superioridad, no es así. Créanme. Todo lo contrario. A lo largo de mi vida he aprendido, no sin dolor, que es preciso apostarse en la humildad para poder ver con objetividad. Pero la enormidad del talento se desborda. Es apabullante, evidente, incuestionable y noble. Por eso es tan puro. Luisa Noriega Montiel El misterio de Mona Lisa La fama de esta pintura no se basa única- mente en la técnica empleada o en su be- lleza, sino en los misterios y enigmas que la rodean, como la identidad o su sonrisa. “Leonardo da Vinci pintó la sonrisa de la Mona Lisa usando unas sombras que vemos mucho mejor con nuestra visión periférica” , afirma Margaret Livingstone, profesora de Neurobiología en la Harvard Medical School. Por ello, para ver sonreír a la Mona Lisa, hay que mirarla a los ojos o a cualquier otra parte del cuadro, de modo que sus labios queden en el campo de visión periférica. De esa for- ma se la ve más sutilmente sonriente que si se miran sus labios. Livingstone –quien des- de hace tiempo investiga el modo como las células visuales procesan datos tales como forma, color, profundidad o movimiento, in- formación que es codificada en las células del córtex visual-, explicó que la enigmática sonrisa de la Mona Lisa es “una ilusión óp- tica, que aparece y desaparece debido a la peculiar manera en que el ojo humano pro- cesa las imágenes” . La Gioconda. Leonardo da Vinci (1503-1506). Renacimiento. Museo del Louvre (París)

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