LLEI D'ART 3

85 téntico lujo del artista, quien precisa, como el aire que respira, de su autoreconocimiento, de su amor propio, de una cierta vanidad que le es propia, para poder distanciarse de lo material y superfluo, y alcanzar estratos más altos, donde sentir el apogeo de la más total y absoluta libertad de expresión creativa, frecuentemente disfrazada y suplantada por una ilusión de libertad que no es tal. La progresiva dependencia de artilugios y acce- sorios para conseguir el tan mareado estado de bienestar, envenena lenta y dolorosamente el arte, que se nutre de valores espirituales y ajenos a toda esa parafernalia de esclavitudes que no hacen sino amarrarle las alas para impedirle ver en perspectiva, desde cotas mucho más eleva- das, donde todo es luz. Preocupación por lo acaecido, reflexión o nostal- gia por lo perdido. La forma de hacer del artista de este modo desamparado, marca con claridad su actitud ante semejante desdicha. El propio arte mitiga los efectos de su pobreza. Aliviar su pobre suerte entre lienzos y pinceles es la prueba feha- ciente de su condición y su casta. La encumbración de quienes se vieron respalda- dos por el capital o el deseo de algún extravagan- te, no ha hecho sino que aumentar las distancias entre uno y otros. Ese endiosamiento que ciertos “pobres de espíritu” desprovistos de todo don, bajo ropajes artificiosos de falso engreimiento, al- tivez y arrogancia, han ido mostrando por algunas de las más poderosas galerías del mundo, nada tiene que ver con el arte de calidad, con el au- téntico, con ese que la mayoría de nosotros sólo acertaremos -como sumo-, a contemplar desde la humildad de quien no ha sido bendecido con tamaño talento. Consuela intuir que no se engañan. Al menos, aquellos pocos a los que la vida no hizo tan ne- cios. Su penuria tiene efectos mucho más desga- rradores. El saberse desprovistos de aptitudes y capacidad es un lastre de insufrible carga. Y si bien es cierto que todo hombre tiene derecho a codiciar la libertad. Lo que sucede es que esa libertad, en su amplio concepto, no existe. Luisa Noriega Montiel El poeta pobre. Carl Spitzgweg, 1839 Miranda en la Carraca. Arturo Michelena (1863-1898). Una de las más impac- tantes obras del genial artista venezolano. © Fundación Galería de Arte Nacio- nal (Venezuela). El niño enfermo. Arturo Michelena (1863-1898). Medalla de oro en el Salón des Artistes Français de 1887. La retirada de subvenciones por parte del gobierno obligó a este excepcional artista latinoamericano de estilo postromántico, for- mado en la Europa del siglo XIX, a aceptar encargos de acaudalados.

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