Elogio de la fragilidad

 

Reconocer que somos vulnerables no implica alimentar inseguridades, sino tan sólo aceptar que toda forma de vida implica una fragilidad. La pesada carga que representan nuestros errores dificulta avanzar, especialmente cuando nos obstinamos en querer mostrar una versión mucho más insensible de lo que en realidad somos, abrazados a la insana convicción de que mostrar emotividad es sinónimo de incompetencia, de flojeza.

Yo veo más debilidad en quien enmascara sus emociones que en quien las acepta y lidia con ellas, porque en la vida, he descubierto que negar lo que realmente somos —darle la espalda— es lo que más infelices nos hace, lo que ahonda en esa tan manida expresión del vacío existencial.

Es preciso plantar cara a lo que fluye de dentro para poderlo canalizar y evitar encubrirlo. Negarlo no va a hacerlo desaparecer pero encauzarlo nos ayuda a mantener a raya los demonios que nos atormentan. Porque no se trata de no tener miedo —todos lo tenemos—, sino de enfrentarse a él desde la aceptación de su existencia y fortalecernos ante todo aquello que representa una amenaza.

Creo tan importante abrazar los sentimientos que nos permiten levantarnos cada mañana y seguir adelante un día más, como abrazar el sufrimiento, las inquietudes y vacíos. Aprender a querernos como somos y no como creemos que hemos de ser ante los demás. No es preciso demostrar nada a nadie más que a uno mismo.

Ser auténtico pasa por aceptar la propia imperfección. Nadie es perfecto. Y es por eso por lo que todos y cada uno de los cerca de 8.000 millones de seres humanos que habitamos este planeta somos únicos. Amamos y debemos ser amados por lo que somos de verdad, y creo importante no olvidarlo para alcanzar un estado de armonía en nuestra vida que nos aporte paz y serenidad.

La mayoría nos hemos ido construyendo a imagen y semejanza de absurdos estereotipos que nada tienen que ver con nuestra esencia, con lo que de verdad queremos y podemos hacer mejor: ser fieles a nuestra voz interior y no coartar sistemáticamente lo que busca salir y no logra hacerlo. Juzgamos más duramente todo aquello de los demás que odiamos de nosotros mismos y nos ahogamos en emociones contenidas. Decimos «sé fuerte», cuando en realidad estamos diciendo «debo ser más fuerte»; o «no me juzgues», cuando somos jueces implacables del comportamiento de los demás.

Veamos la cara luminosa de la moneda en el caso de esta pandemia que nos azota: cuántas lágrimas y emociones desatadas que han obrado el milagro de mostrarnos lo frágil que es la humanidad, lo delicado de la vida y lo importante que son esos sentimientos tan genuinos de solidaridad y amor. Gracias a la constatación de nuestra fragilidad, y a la dosis de sensatez que incorpora, podremos sobrevivir, aunque cada uno entienda este concepto de manera diferente.

Mi obsesiva búsqueda por escapar de lo mundano en busca de sosiego y belleza me ha enfrentado con brusquedad a lo quebradizo del equilibrio entre armonía y disonancia. Formo parte de un mundo que difícilmente acierto a comprender, que no sigo. He buscado y sigo buscando refugio en otros lugares; y aunque todos están aquí, no todos están ahora.